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La Molinera nos ofrece uno de esos puertos inesperados que sorprenden por su belleza y singularidad. Situado en Salamanca, muy cerca de la frontera con Portugal, este ascenso destaca por su camino tranquilo y el entorno impresionante que lo rodea.
La ruta comienza tras haber dejado atrás la población de Saucelle, con un inicio que nos lleva a cruzar un puente sobre el río Duero. Nos encontramos en un área de gran atractivo montañoso, caracterizado por un asfalto bien mantenido y señalización central que nos guía a lo largo de nuestro recorrido.
La subida de La Molinera se descubre poco a poco, mostrándonos un camino que, aunque no imponente en sus porcentajes, cuenta con un trazado llevadero que alterna entre sombras y zonas soleadas. Esta variación se convierte en una experiencia gratificante para los ciclistas, permitiendo rodar con fluidez mientras se disfruta del impresionante paisaje.
Este puerto, no muy conocido ni siquiera por los locales, revela una belleza que merece ser compartida. Durante la ascensión, uno puede deleitarse con vistas al cañón y el río, disfrutar de los desniveles suaves, que no suelen superar el 5%, y detenerse en los miradores naturales que salpican el recorrido, ofreciendo unas perspectivas inigualables.
La Molinera se convierte en un escenario ideal para el cicloturismo y la relajación. A lo largo del camino, es posible encontrar una fuente, un detalle importante en zonas de calor como esta, permitiendo a los ciclistas refrescarse antes de continuar su travesía por este puerto de montaña singular.
Al llegar a lo que se considera el final del puerto, un mirador, conocido como Cachón de Camaces, aguarda para ofrecer una última mirada al espectacular paisaje que nos ha acompañado durante el ascenso. En definitiva, La Molinera es un lugar que invita a desconectar del ritmo frenético y a vivir un ciclismo que se centra más en las sensaciones que en las marcas y tiempos.
Finalmente, cabe destacar que hubo ocasión para compartir impresiones con un compañero de ruta, Pepe, revelando que este entorno es capaz de fascinar incluso a los ciclistas más curtidos, haciendo de cada pedalada una experiencia que merece la pena ser vivida y grabada en la memoria.
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